Éxodo 3 y 4
El llamado de Moisés
es muy interesante. Desde algo tan natural como un arbusto, pero con el sello
de la sobrenaturalidad de Dios, que se hacía ver en el fuego que no consumía. Lo
atrajo desde su propia curiosidad, se le revelo como el Señor, el Yo Soy y
Santo. Moisés se quedó perplejo y a la vez se sentía incapaz de llevar a cabo
la misión.
Dios estaba
respondiendo el clamor de su pueblo, lejos de ahí, con alguien de quien no
sabían nada. A Moisés por su parte le hace saber de ante mano que Faraón no los
dejaría ir fácilmente, pero le asegura que estará con él y que señales de poder
lo respaldarán.
A cada excusa o temor
de Moisés, Dios le da una paciente respuesta y muestra de respaldo, las dudas
de identidad, capacidad y credibilidad del mensaje que llevaba.
Dios le concede que
Aarón sea su ayudante, y cuando se enoja con Moisés es tajante para dar su
última indicación sin darle lugar a una nueva objeción.
Todo esto me enseña
muchos principios respecto al llamado de Dios. Él nos anima, nos respalda y nos
envía.
Después vemos la
importante función de una esposa con discernimiento. Moisés no había cumplido
con la obligación de circuncidar a su hijo y eso casi le cuesta la vida, pero
tuvo una esposa que resolvió la situación con sabiduría. A su llegada a Egipto
Moisés es bien recibido por su pueblo, y todas las cosas pintan muy bien.
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