viernes, noviembre 18, 2011

1 Corintio 4-6. Juzgar y no juzgar.

1 Corintios 4.
Las intenciones del corazón no podemos juzgarlas, solo Dios tiene la capacidad de hacerlo. Más allá de lo que esta escrito debemos tener cuidado de hacer una. Muchos de los que recibían estas cartas tendían a interpretar las intenciones de las mismas y se atrevían a juzgar. Pablo dijo que cuando viniera el vería si podían hacer tanto como hablaban. El evangelio en sus propias palabras es poder y no habladuría. Este desafío del apóstol Pablo es basado en su autoridad como padre espiritual de ellos.
1 Corintios 5.
Un caso de un hombre viviendo ahora con la esposa de su padre que sigue congregándose es inaceptable. Lo sugerido era echarlo de la congregación. Esto es el resultado de un juicio de Pablo. El capítulo 2 ensena que el espiritual, juzga todas las cosas, el 3 dice que no juzguemos a las intenciones de las personas al igual que el 4 y este cinco otorga autoridad a la congregación para sacar a un libertino que se dice cristiano. Que principios tan importantes.
1 Corintios 6.
Otro asunto aquí tratado tiene que ver con que nadie tome cartas en las diferencias entre creyentes. Ellos estaban llevando sus pleitos ante los del mundo y dando un pésimo testimonio. Un sistema que permita que se les tome cuentas a las personas es muy conveniente dentro de la congregación. Por un lado se nos reconviene para dejar pasar la ofensa en vez de pelear con los hermanos, por otro lado se nos deja claro que las prácticas de adulterio , fornicación, borracheras, avaricia e idolatría son cosas de las que Dios ya nos sacó, no debemos continuar practicándolas. Abunda más acerca de la inmoralidad sexual y explica: Que el pecado de esta es contra el propio cuerpo, que el que fornica a esa persona haciéndose uno, y siendo que Dios nos ha hecho un espíritu con El resulta en una ofensa a Dios de graves consecuencias. Es por eso que de la inmoralidad hay que huir. Correr rápidamente, alejarse de inmediato en vista del peligro que implica. Que no se nos olvide que el precio que se pagó por nosotros (incluido nuestro cuerpo) fue para que glorifiquemos a Dios en todo lo que hacemos (con ese cuerpo).

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